Esta entrada se la dedico a los ex-nanteses.
Ya sabéis quienes sois.
Ya sabéis quienes sois.
Ayer seguí al pie de la letra mis normas autoimpuestas con respecto al 21J (soy peor que Lars Von Trier), y me fue bien. Nunca más de una canción por grupo (salvo Pannonica, claro), movimiento perpetuo, nada de sentarse (había gente en terrazas, o en bares sin conciertos, o tirados por ahí pero lejos de cualquier directo, algo que no puedo entender un 21J).
20h30. La cosa empezó en una Cours Cambronne abarrotada con la macro-coral ciudadana, y no pudo ser más emocionante: estuve paseándome entre el público mientras cantaba, y la sensación era envolvente. Además caí en el mejor momento: l'aigle noir de Barbara. Tremendo.
Luego la zona Graslin, que es la que hay que visitar primero, porque A) está menos petada y se puede circular y B) los grupos son mejores pero empiezan y terminan antes. Un coro de gospel en las escaleras del mural de Julio Verne, Léa con su batucada en Commerce y una pareja con pintas (guitarra y violín más o menos manouche, pero electrificados, en la terraza de Les copains d'abord). El resto no es digno de mención pero, como siempre, la sensación de encontrarse con un concierto a la vuelta de cada esquina es lo mejor que tiene este día.
A partir de ahí cometí algunos errores estratégicos, como no acercarme a Crêpetown (demasiado a desmano) pero sí hacerlo a la Rue Joffre, donde siempre me han dicho que hay ambientazo (mentira cochina, al menos no tan pronto). Primera parada en Talensac (Pannonica), la escena de jazz de Nantes, donde sabes que siempre hay buenos grupos tocando toda la noche. Es el único escenario que no te falla nunca y esta vez caí de nuevo sobre el cuarteto de alevines del jazz, pero que tocan como dioses.
Y por fin, tras algunos tímidos acercamientos (como ir a ver la escena indie-folk local al pasaje de Ste Croix), me adentro en el infierno de Bouffay, donde todos los cajeros y todos los puestos ad hoc de comida callejera presentan unas colas que riete tú de la crisis. Por la mitad de las calles apenas se puede circular y los grupos son más bien rock, o durillos, o DJs de techno o mierdas similares. Alguno se salva, sobretodo los más funkies, sonido que rinde siempre bien en directo. Pero vamos, la propia plaza de Bouffay, insufrible, con sus cuatro sonidos simultáneos y sus DJs incomibles. Eso sí, he visto en 50 Otages a un grupo que se llama Laura Palmer. LAURA PALMER.
Llega un momento en que te cansas de saludar a medio Nantes y decides recogerte en un discretísimo trío neilyounguiano al que casi nadie hace caso pero que es de lo que más me ha llegado este año. A los pies de la catedral, que estrena iluminación. Y de ahí vuelta a Pannonica (donde llegué al último tramo de una big band bluesbrothersiana y me quedé un rato a un grupo de jazz/funk, género que no me gusta pero que, como decía, es muy resultón, sobretodo cuando el grupo no es un quinteto ni un septeto sino... un noneto!) , y de camino a casa algunos pequeños desvíos por Kervégan, etc.
1) Habría que prohibir a los DJs en la fiesta de la música.
2) Contra lo que uno podría esperar, el género predominante en los conciertos es el blues.
20h30. La cosa empezó en una Cours Cambronne abarrotada con la macro-coral ciudadana, y no pudo ser más emocionante: estuve paseándome entre el público mientras cantaba, y la sensación era envolvente. Además caí en el mejor momento: l'aigle noir de Barbara. Tremendo.
Luego la zona Graslin, que es la que hay que visitar primero, porque A) está menos petada y se puede circular y B) los grupos son mejores pero empiezan y terminan antes. Un coro de gospel en las escaleras del mural de Julio Verne, Léa con su batucada en Commerce y una pareja con pintas (guitarra y violín más o menos manouche, pero electrificados, en la terraza de Les copains d'abord). El resto no es digno de mención pero, como siempre, la sensación de encontrarse con un concierto a la vuelta de cada esquina es lo mejor que tiene este día.
A partir de ahí cometí algunos errores estratégicos, como no acercarme a Crêpetown (demasiado a desmano) pero sí hacerlo a la Rue Joffre, donde siempre me han dicho que hay ambientazo (mentira cochina, al menos no tan pronto). Primera parada en Talensac (Pannonica), la escena de jazz de Nantes, donde sabes que siempre hay buenos grupos tocando toda la noche. Es el único escenario que no te falla nunca y esta vez caí de nuevo sobre el cuarteto de alevines del jazz, pero que tocan como dioses.
Y por fin, tras algunos tímidos acercamientos (como ir a ver la escena indie-folk local al pasaje de Ste Croix), me adentro en el infierno de Bouffay, donde todos los cajeros y todos los puestos ad hoc de comida callejera presentan unas colas que riete tú de la crisis. Por la mitad de las calles apenas se puede circular y los grupos son más bien rock, o durillos, o DJs de techno o mierdas similares. Alguno se salva, sobretodo los más funkies, sonido que rinde siempre bien en directo. Pero vamos, la propia plaza de Bouffay, insufrible, con sus cuatro sonidos simultáneos y sus DJs incomibles. Eso sí, he visto en 50 Otages a un grupo que se llama Laura Palmer. LAURA PALMER.
Llega un momento en que te cansas de saludar a medio Nantes y decides recogerte en un discretísimo trío neilyounguiano al que casi nadie hace caso pero que es de lo que más me ha llegado este año. A los pies de la catedral, que estrena iluminación. Y de ahí vuelta a Pannonica (donde llegué al último tramo de una big band bluesbrothersiana y me quedé un rato a un grupo de jazz/funk, género que no me gusta pero que, como decía, es muy resultón, sobretodo cuando el grupo no es un quinteto ni un septeto sino... un noneto!) , y de camino a casa algunos pequeños desvíos por Kervégan, etc.
1) Habría que prohibir a los DJs en la fiesta de la música.
2) Contra lo que uno podría esperar, el género predominante en los conciertos es el blues.