Mucha agitación mediática estos días en torno a la Sanidad española y la presunta exclusión de quienes no cotizan, en particular los parados de larga duración que ya no cobran el paro.
Todos sabemos que la Sanidad española es de las mejores del mundo (sin ironía) y, desde luego, de una calidad desproporcionadamente superior al resto de servicios básicos (educación...), claramente deficientes en comparación con los países de nuestro entorno. Ocupa el séptimo puesto mundial en el estudio de la no siempre muy de fiar OMS, solo por detrás de Francia e Italia (el resto no son países de verdad, de nuevo sin ironía).
Ahora bien, hay una serie de deficiencias que hay que señalar: la Sanidad no ha sido plenamente universal en España hasta, agárrense, 2010. Lo que está claro es que hoy en día, en cualquier país europeo te atienden seas quien seas aunque no tengas un duro. Cada país articula esto a su manera (demonios, si hasta en EEUU tienen Medicare y Medicaid), pero globalmente todos los dignos (España y Francia por supuesto, que no se diferencian tanto entre sí al fin y al cabo) tienen una cobertura médica básica para personas sin recursos, esto es, los que no cotizan porque no pueden. Lo que antes se llamaba un pobre, vamos. Bien es cierto que la burocracia ralentiza voluntariamente esta vía, que es a la que tiene que recurrir cada vez más gente (de ahí el pollo mediático), aunque lo que no queda claro es dónde se queda la ley de 1986 que se supone que garantiza el acceso a cualquier residente independientemente de que cotice o no.
Ahora, los Estados quieren que cada país cubra el gasto sanitario de sus ciudadanos, se produzca donde se produzca. Por eso es habitual que los no comunitarios tengan que suscribir un seguro médico obligatorio y que los comunitarios paguen por adelantado y luego el sistema de su país les devuelva el porcentaje de lo que su país cubre. Si como turista español te hacen un empaste, te gradúan unas gafas o compras la píldora en Francia, te lo cobraran en el momento porque no perteneces a la Sanidad francesa y nadie te lo reembolsará en España porque no está cubierto... pero lo que sí que lo esté te será devuelto (consulta, fármacos, etc. en el porcentaje que tenga fijado tu sistema -en Francia se puede elegir cuánto te aseguras, a través de la complémentaire, mientras que en España suele ser 100% ó 0% si no está cubierto; por suerte no se puede elegir la cotización).
Todo país civilizado (y aquí hemos de excluir a España) habilita un dispositivo para evitar que la gente sature innecesariamente las urgencias o la atención primaria y así mejorar el trato a los pacientes: son lo que llamaremos los Sistemas de Disuasión de Jubilados en Perfecto Estado de Salud (S.D.J.P.E.S.): copago (vaya, la palabra maldita) en Alemania, adelanto parcial del coste en Francia, etc. A la postre es el principal problema de la Sanidad en España: las listas de espera. Especialmente para operaciones no críticas: esas en las que no te mueres si no te operan esta semana pero con las que no deberíamos asumir tan a la ligera que lo mismo da que te operen ahora que dentro de seis meses, porque todo retraso en una intervención no puede sino empeorar las cosas, como suele ser el caso.
La polémica del copago en España tiene sin embargo toda la razón de ser, porque en la práctica este sistema suele convertirse en que pagas dos veces por la misma cosa y esta medida disuade de ir a los menos pudientes, mientras que los jubilados en P.E.S. seguirán saturando al médico de cabecera por la ausencia de vida social y no tener en qué gastarse la pensión. Así, el copago disuade en función de la clase social y no de la necesidad. Quizás (y digo quizás) por eso el modelo alemán no aparece entre los mejores, y por eso el copago es tan denostado por casi todos (PP inclusive). Lo que no quita para que haya que buscar una solución a la saturación del sistema sanitario español, porque parece que apelar a la responsabilidad no es suficiente en un país en el que la presencia de políticos corruptos y banqueros despiadados parece legitimar cualquier abuso que cometa el ciudadano de a pie (Hacienda, Sanidad...).
En cuanto al sistema francés (que es muy complejo, pero nos ceñiremos al sector 1, de precios públicos), sufre continuas reformas que van hacia ese modelo más liberal, pero conserva esa mezcla de disuasión + gratuidad, en la medida en que las personas que ganan poco (o no ganan) no deben pagar nada por adelantado (la Cobertura Médica Universal, equivalente de la figura de Persona Sin Recursos en España, para la obtención de los cuales hay que realizar, como decía, una cantidad de papeleo fuera de lo común en ambos países, y en ocasiones la espera puede ser de meses: no creo que esta traba burocrática sea casual). No obstante, cada vez más personas quedan en ese hueco que va de los que ganan poco a los que no ganan lo suficiente como para que les compense pagar la complémentaire. La Sanidad francesa cubre alrededor del 70% de cualquier gasto (frente al modelo español que, como decimos, o te cubre todo o no te cubre nada), de ahí que la mayoría de los franceses la tengan ya que de este modo casi todo queda cubierto al 100% (lo que incluye, no lo repetiremos nunca lo suficiente, cosas fundamentales como las gafas, los empastes, los métodos contraceptivos, etc.) o, simplemente, porque prefieren gastarse el dinero en otras cosas más importantes, como un iPad, cuyo modelo más básico cuesta lo que me gasto yo en este complemento de seguro (algo más de 40 euros mensuales: es progresivo) medio público medio privado.
Por último, he de señalar que en el tema de la Sanidad no hay que tomar nada por cierto (lo que incluye todo lo expuesto aquí), ya que hasta los propios trabajadores del ramo suelen dan informaciones contradictorias (por ejemplo muchos ni ofrecen la posibilidad de declararse sin recursos a los parados que pierden su cobertura) y en ese sentido algunos llevamos mareando la perdiz años con un tema en el que todo el mundo parece tenerlo todo preclaro cuando resulta que, a poco que se profundice sobre lo que sucede en la práctica, las cosas no son como nos pensábamos. La lección que creo que hay que retener es que, como siempre (pero de manera más acentuada en este tema), la realidad de las cosas, es decir, que una cosa sea así o asá, depende en gran medida de cómo se presente, y de qué opinión o prejuicio previo tenga la persona que lo expone. Esta afirmación tan obvia y consensual no lo es tanto cuando intentas concluir algo esclarecedor sobre este tema. Ya saben, ahí fuera todo es niebla.