Gerry (2002) es la primera y más arriesgada de las películas de la trilogía experimental (la mal llamada trilogía de la muerte) del irregular Gus Van Sant (tremendo en Paranoid Park, decepcionante en las más famosas) y por eso la que más pasó desapercibida. Tampoco ayudó que la siguiente ganara la Palma de Oro en Cannes (Elephant, 2003) o que la tercera tratara sobre los últimos días de Kurt Cobain (sí, ya saben, esa película sobre Nirvana en la que ninguna de las canciones es de Nirvana, aunque Sonic Youth no andan lejos): Last Days (2005). Pues Gerry es un bombazo, planos secuencia de diez minutos, algunos casi estáticos, ausencia casi total de diálogos, Arvo Pärt por un tubo... enfin que esto en el cine te causa una fuerte impresión. Quizás esta descripción no sea muy tentadora, pero créanme, te marca. Con esta película me convierto definitivamente a la causa vansantiana. In Gus we trust.
The tree of life, supuestamente pretenciosa y decepcionante flamante ganadora del Cannes de este año, es una de las grandes películas que se han estrenado esta temporada. Estamos hablando del que se considera el director americano vivo más interesante (me abstendré de pronunciarme porque me vienen a la cabeza los Coen o Woody Allen así al vuelo). El señor aquel que se tiró 20 años sin hacer una película y volvió con esa gloria que es Thin red line (acusada, de nuevo, de ridícula pretenciosidad en su día) y que ahora "sólo" tarda entre 5 y 7 años en hacer sus películas. Terrence Malick es el director que mejor ha filmado los árboles en toda la historia del cine: los contrapicados de La delgada línea roja (1998), los bosques del Nuevo Mundo (2006) y ahora las muy vivas arboledas de los suburbios (2011). Todos y cada uno de los planos de la película son perfectos, todo es precioso y ya sólo por las imágenes como tales, merece la pena verlo en un cine. Da la sensación de que, plásticamente hablando, esta película alcanza la perfección. Y es ahí donde sí hay que compararla con 2001 de Kubrick (y no en el discurso metafísico que supuestamente comparten como tanto hemos leído estos días), a la que probablemente supera en ese apartado, y miren que me duele reconocerlo. No es casualidad que Douglas Trumbull esté detrás del apartado visual: se trata del mejor director de efectos especiales de la historia del cine: empezó precisamente con 2001 (1968), pero también destacan los de Encuentros en la tercera fase (1977) y sobretodo Blade Runner (1982), que era hasta hoy su última producción (otro que ha vuelto tras décadas retirado). Y el tío sigue sin pasarse a los efectos digitales, oiga.
Y la agradable sorpresa ha venido del que ya no esperábamos gran cosa: Woody Allen arremete contra sus últimas películas y se saca de la manga una reflexión ingeniosa con varias capas de lectura gracias a un dispositivo que en el cine de ciencia-ficción es absolutamente estándar. Midnight in Paris (2011) apuntaba a truño tipo Vicky Cristina Barcelona, con un París de postal y momificado, enésima reinterpretación de las obsoletas y ruborizantes obsesiones recientes del neoyorquino (arte versus vivencia, romanticismo y pasión vs frialdad intelectual, Europa vs América, libertad vs tradición, etc.) y resulta que no, que es su mejor película desde Match Point (2005), a la que probablemente supera: por lo tanto para encontrar alguna que sea mejor que la que nos ocupa ya hay que bajar a los tiempos de, agárrense, Poderosa Afrodita (1995) que como todos sabemos sirvió de modelo a tantas malas fotocopias que ha producido desde entonces, especialmente desde que los europeos le pagamos las películas. Pues bien, aquí el colega se ríe de la museificación que siempre atenaza a la capital de Francia (véase el affaire Amélie Poulain con ese París años 50 trasladado falsamente a 2001) y de la gente que siente nostalgia por épocas que no ha vivido y que obviamente las idealiza por reacción a lo difícil que les resulta encajar en su propia época (aquí cada uno estaremos pensando en alguien, pero es evidente que a todos nos sucede en parte). A esto me refería con que va contra su cinematografía reciente, donde se nos presenta una concepción del mundo que ya no existe ni en la burguesía (especialmente sangrante el caso V.C.B.). El final es un poco flojillo porque dan explicaciones innecesarias (seguro que llegó Roures y le dijo que tenía que terminar con una explicación para tontitos) y para cuando Owen Wilson (sorprende lo bien que encaja este actor en el universo alleniano) nos hace su discursito moralizador, nosotros ya estábamos flipando con todo lo que nos dice Allen con una aparentemente sencilla comedia. Vamos, lo que siempre hizo, pero esta vez como en sus mejores tiempos.
me alegra ver que con tus últimos visionados recuperes de forma tan rotunda tu gusto por el cine, cuando todas, sin excepción, son un coñazo, bueno, menos la de woody, jur
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