Esta entrada viene motivada por el enésimo artículo de El País que refleja lo peor del pensamiento dominante y acrítico, pero enseguida tiramos hacia otras cosas...
Las
conspiranoias siempre me han interesado y divertido a partes iguales. Desde bien antes de que se las llamara así, para abreviar el más clasico
teoría de la conspiración. En parte por lo simplificado del mundo que presentan pero también por el romanticismo de la defensa de las causas perdidas. En parte también porque
algunas resultaron
ser ciertas, o se basaban en
elementos de los que la mayoría se
mofaba y que al final ahí estaban.
El problema con las pocas que resultan ser ciertas es, primero, ese:
que son pocas. Y segundo: que
la demostracion llega muy tarde, demasiado tarde, es decir, cuando darle la razón a los dedos acusadores carece de consencuencias notables sobre la causa ocultada o, peor, sobre el resultado que se perseguía ocultando esa causa. El tema del tabaco o el del amianto no llegan a conspiración porque no se llegó a tratar a quienes lo denunciaban de locos, sino de equivocados. El ejemplo obvio sería más bien el de la
participacion de la CIA en golpes de estado en Latinoamérica.
Se puede seguir dudando del 11-S, del alunizaje, de Elvis, de la muerte de Paul McCartney, etc. pero la
paranoia sobre los chemtrails (ya saben, el
vapor por condensación que genera el paso de los aviones, y que se acusa de estar compuesto de elementos químicos para fumigar a la población) es otra historia: es más que evidente desde el principio que no hay ningún plan para vacunar, esterilizar, controlar la mente, etc. pero la contaminación produce, ay amigos, algunos de esos mismos efectos, siempre a medio o largo plazo, nunca instantáneamente, no vaya a ser que podamos establecer una relación causa-efecto clara, concisa e inmediatamente demostrable. A qué les suena eso?
Artículos como este pierden la oportunidad de ser mínimamente críticos y de enlazar con un tema que bien poco se menciona
en medios de comunicación teniendo en cuenta el porcentaje de responsabilidad que tiene la contaminación del transporte aéreo en el conjunto, y sus consecuencias sanitarias más obvias (enfermedades respiratorias, etc etc.). No se menciona a menudo que
el avión es de lejos el medio de transporte más contaminante que existe (siendo el barco el menor, por aquello de la proporción entre velocidad y fricción con el elemento sobre el que te desplazas, que es lo que determina cuánta energía vas a necesitar, ergo cuanto vas a contaminar). Es más, empresas que
hacen su negocio con el alquiler de coches en terminales de aeropuerto encargan con frecuencia estudios que demuestren que el coche contamina más que el avión (además del sesgo por interés económico, tenemos un segundo sesgo consistente en comparar trayectos unipersonales en coche -que son, lamentablemente, la mayoría- con trayectos cortos de aviones llenos, cuando estos últimos habrían de ser comparados con sus equivalentes: los trayectos largos en coche, que tienden a presentar una
mayor ocupación del vehículo y ser por ello menos contaminantes, y desde luego mucho menos que un avión a medio llenar), contribuyendo a esta burbuja aérea en la que vivimos desde la explosión de las
low cost.
Tampoco se menciona mucho este tema, decíamos, por otras razones:
la contaminación provocada por los aviones no entra en el comercio de emisiones y no está tampoco asignada a la cuota de cada país acordada en Kioto, así que no se puede acusar, literalmente, a nadie del aumento de las mismas (pese a la evolución tecnológica, que no compensa ni por asomo el exponencial aumento de los trayectos en años recientes), pese a que su efecto, mucho menos visible que el
smog de las ciudades, es igual o más nocivo que este.
Pues eso, oportunidad perdida de decir: "ojo, los
chemtrails son
vapor trails de toda la vida, pero lo que sí es cierto es que la combustión del fuel de los aviones sí que provoca efectos nocivos en la salud, siendo la intencionalidad la única diferencia con la teoría de los
chemtrails". Ven, en una sola frase.