12 de enero de 2019

El español neutro de Netflix hace arder Roma

No le den tantas vueltas: el problema no es el subtitulado al español de una película en español ya que es una práctica más habitual de lo que parece, también en inglés o en francés, por una mera cuestión de comprensión auditiva de lenguaje de una clase social distinta de la del espectador, o diferencias regionales que lo hagan incomprensible, como pasa con el cine irlandés en ocasiones.

De hecho el subtitulado español de Roma en Netflix se ha retirado ya (pervive el subtitulado original "latino", como lo llaman, que bien podrían poner mexicano digo yo) para no tener mala imagen en uno de sus principales mercados mundiales (no, no es España, donde Movistar+ tiene el doble de abonados).

Es imposible no sospechar que todo haya sido un montaje (se paga una traducción adicional y el director hace unas declaraciones ofendido, como para servir una polémica que no existe hasta que se lanza desde la propia peli) para darse publicidad gratuita estando varios días en la portada de los principales diarios, relanzando un debate social cerrado -en falso- hace años y dándole otro impulso de cara a los Oscar, porque hay que lanzar todos los frentes (y las polémicas sobre su estreno en salas, Netflix vs la industria del cine y los festivales, etc. no interesan a suficiente gente).

El problema es que han traducido del español mexicano al español de España (o español español?), algo a todas luces innecesario toda vez que se puede ver la peli subtitulada al español mexicano para los diálogos que quizás cueste comprender, si los hubiere, y no me jodan: eso se entiende mejor que el lenguaje de ciertas barriadas españolas.

Es el retorno del español "neutro", término neocolonial donde los haya, lo que ha provocado indignación, pues obviamente no sucede en la dirección opuesta, y había dejado de suceder aquí. Ahora se intenta imponer el más aceptable "español peninsular" pero el término es lo de menos, pues el problema es lo que hay detrás.

Es además un debate viciado porque desde España, ya sea siguiendo o no las recomendaciones de la RAE en ortografía peninsular (o bien siguiendo lo que está admitido en cada país latinoamericano), se percibe que en buena parte de América Latina se tiende a escribir mucho peor, con muchas más faltas de ortografía, y eso no ayuda a que se acepte al mismo nivel (o superior, por pura aritmética demográfica) el español, en todas sus formas, del otro lado.
Se tienden a mezclar esos errores con las variantes lingüísticas propias de cada región hasta el punto de que la mayoría de españoles no saben distinguir entre uno y otro, de ahí que nos parezca con frecuencia que cometen más errores de los que cometen. Algo que cualquiera que haya dado clase en países cuya influencia latina es igual o superior a la española conoce de primera mano: uno tenía que centrarse en no reprender a alumnos franceses que han dicho algo que es incorrecto en España pero no en México (país que triplica en población a España y eso sin contar los 40-50 millones de hablantes de español mexicano de EEUU) y en su lugar concentrarse en averiguar si lo ha dicho así intentando hablar español de España y errando, o si desde el principio aprendió español más en contacto con América Latina que con España.

7 de enero de 2019

Gilets jaunes y el sentido común

Mucha curiosidad ha despertado el enésimo otoño caliente francés, que nos venden como un movimiento ciudadano espontáneo y sin adscripciones ideológicas ni partidistas. Se tiende a encumbrar, desde cierto poder (cuyos medios de comunicación no son más que su altavoz), precisamente por no venir promovido, contrariamente a movimientos anteriores, por sindicatos, en la enésima campaña de desprestigio o de puenteo de la única fuerza trabajadora organizada realmente existente aún hoy, a la hora de negociar convenios y condiciones laborales.

Ya van destacándose líderes con ideas de creación de partidos políticos que lleven a la Asamblea (Congreso) el movimiento de los Gilets Jaunes. Pues bien, la idea, aquí por ejemplo, es crear un partido para luchar contra la "persecución de los automovilistas" (lo de que de sea la principal causa de contaminación de las ciudades, causante de decenas de miles de muertes al año solo en España ya tal), "sin etiquetas" (un partido apartidista, ajá) y del "sentido común" (que suele ser sinónimo de derechas o de algo peor).

Cierto es que el movimiento que comenzó por la indignación de un impuesto medioambiental (ergo penalizador de ciertas prácticas, eso bien) indirecto (ergo socialmente injusto, por no ser progresivo) se ha expandido hacia una indignación global por el rumbo del capitalismo y whatnot, pero no me digan que no asusta la dirección que está tomando esto...