7 de enero de 2014

Five hundred miles y adiós al Roxy

Se imaginan a Boyero en plena época de entronización cahierista de Hitchcock?

Saldría de cada nuevo estreno del pobre Alfred diciendo lo mismo que dice de las películas de los Coen o de todo aquello que no tenga el ritmo desquiciado de una serie americana: que a ratos se ha aburrido. A eso ha quedado reducido el personaje que se ha construido Carlos Boyero: un intelectual de toda la vida, extremadamente culto, que va de anti-intelectual, honesto, sincero, de vuelta de todo, ya saben, que dice las verdades como puños y no se casa con nadie, como Jesús Gil.

Y ya ven hoy: el bueno de Hitch es, por absoluto consenso, uno de los mejores directores de la historia del cine.

Lo mismo va a pasar con los Coen cuando se retiren o mueran. Salvo el -digno- remake de Ladykillers, los Coen no tienen una mala película, e incluso de las más flojas se saca oro por todas partes.

A veces necesitamos desengrasar un poco de tanto cine vanguardista, rompedor en las formas, cahierista, etc etc y nos apetece ver muy buen cine clásico. Es la razón por la que la gente decide absurdamente ir a ver cada nuevo truño de Scorsese o Spielberg, cuando deberían ir a ver cada joya nueva de los Coen, que representa el cine clásico americano de ahora y no las patrañas conservadoras que ya se hacían en los 70.

Mañana cierra el cine de la República en Valladolid, tras casi 80 años. No tengo especiales recuerdos del mismo de pequeño, pues no distinguía entre el Carrión, el Roxy y otros tantos cuando iba a ver Batman. Pero luego me comí la primera retrospectiva completa de Kitano que se hizo en el mundo, en la sala B, la de la cúpula, en aquella Seminci de 1998, y ya la cosa cambió. En algún momento creo que conocía a todos sus trabajadores y, aunque también formé brevemente parte de la extensa nómina de asalariados del presidente (o dueño, no sé) del Atlético de Madrid, lo mío tuvo lugar en un lugar con mucho menos encanto y 0% de Art Déco.